Otras miradas » La “Fiesta” de los toros y la educación pública

2013

Concepción Fernández Villanueva

Directora del departamento de Psicología Social

Norbert Elías en su libro El proceso de la civilización, defiende  la idea de qué la sociedad  humana ha evolucionado mostrando una permisividad a la violencia cada vez menor. Es decir, reduciendo las tasas de violencia permitidas y los umbrales de tolerancia a la violencia. Como ejemplo señala Elías que en Inglaterra se abolió la caza del zorro a finales del siglo XIX al considerarla un espectáculo especialmente desagradable y sádico. La retirada fue un acto político  en línea con unos principios más aceptables  de educación pública.

Vamos a desmenuzar en que consiste la “fiesta” de los toros, ¿nuestra? Fiesta Nacional. En síntesis, consiste en aprovechar un rasgo biológico de un animal (que tiene una pauta instintiva de embestir) para enfrentarse a él en desigualdad de condiciones, torturarlo  y terminar  matándolo.

Los elementos sustantivos que componen esta fiesta son dos: la muerte de un animal y la valentía de un ser humano.  Pero no se sitúan los dos en la misma medida, no son equidistantes. Lo más sustantivo, lo más importante y sin lo cual no existiría la fiesta, es la muerte del toro. Otros espectáculos en los que los humanos juegan con el toro, la  charlotada por ejemplo, también son posibles, pero eso no es la fiesta taurina. El espectáculo de la charlotada, casi ya desaparecido en España,  es devaluado y cómico, mientras el de la muerte es el genuino y apreciado.  Así que no nos engañemos: la fiesta taurina es principalmente  la visión del espectáculo de la muerte de un animal tras una tortura. El toro  está destinado a morir y la picadura y las banderillas  le preparan para ello. Sabemos también que las banderillas y la lanza picadora  utilizada desde un caballo  producen  dolor, por mucho que los forofos de la fiesta de toros  no lo quieran reconocer. Es más, parece que  la sangre que fluye de las picaduras no solamente no la asocian con el dolor sino que la disfrutan.  La imagen del toro sangrando, con las banderillas clavadas, sobre todo si corre o embiste,  es un icono de la fiesta de los toros a ser utilizada para anunciarlos y para convocar a los  espectadores a la “fiesta”.

Por mucho que se vista de muerte exquisita, ya que el arte del torero es importante en el disfrute del espectador, mucho menos en el sufrimiento del toro, en ningún caso la muerte tras tortura puede ser  una muerte exquisita.  Ni noble, ni valiente. Los toros son calificados de nobles si no  realizan astucias, tretas inesperadas y entran al capote con claridad, lo cual le sirve simplemente para lucimiento del torero o  como mucho para que la muerte sea un poco menos dolorosa (por ejemplo  muera  a la primera estocada de torero o después de varias.) De la limpieza y eficacia rápida de sus estocadas depende en parte el reconocimiento del público, pero el núcleo de la fiesta consiste simplemente que  alguien con cierta valentía, pero sabiendo que la probabilidad de daño es muy incierta, se  enfrenta con un animal cuya muerte es segura.

No obstante, el riesgo del torero y su miedo, también son  incluidos en el espectáculo,  comercializados y consumidos, en la exhibición de las  ceremonias de rezo antes de la corrida, en la actitud y la pose mientras se enfrenta animal, en las maneras como reta o se acerca al toro. La escenificación de su peligro es buscada y  fomentada,  es fotografiada y exaltada. Acompañada por el público cuando esquiva el peligro, con el aliento contenido por la identificación con el torero y el conocido grito de  ¡Olé…!

Imaginaos que el espectáculo se realizara  con un oso,  un oso que se defendiera  de la presencia humana. Que  atacase y por ello podía ser matado de la misma manera que un toro. Pensémoslo por un momento.  La imagen de un oso matado en una plaza de toros ¿no os resulta  especialmente sádica? Por qué no ocurre lo mismo con la matanza  de un   toro que, al fin y al cabo, es más próximo a nosotros, más conocido y menos salvaje?

Vamos a ponernos en la mente de un niño, de 7 años, por ejemplo, en pleno proceso educativo y socializador, que  asista a un espectáculo taurino. Lo cual es muy probable, ya que la fiesta es emitida  por la televisión pública un domingo cualquiera  en horario infantil. Los animales son sumamente relevantes en la mente de los niños. Depositan en ellos  su afectividad.  Son queridos y humanizados, proyectan sobre ellos sentimientos y comprenden sus simples acciones. Se reconocen en ciertos rasgos de ellos; por eso son utilizados en las series infantiles, como protagonistas o personajes secundarios, porque los niños identifican fácilmente con su torpeza, sus sentimientos básicos.

Si un  niño, seguramente  apenado y asustado por su identificación con el sufrimiento del toro,  pregunta por qué  están matando a  ese toro ¿qué podemos responder? ¿Porque tenemos que demostrar que un torero es valiente? ¿Porque los toros de lidia nacen para ser matados? ¿Para mantener los puestos de trabajo de los toreros? ¿Para mantener el negocio de la cría de toros? ¿Para mantener el atractivo turístico de España y seguir ganado dinero a costa del Spain is different? y ¿Que aprende el niño de todo eso? y ¿Que  aprende y refuerza el adulto? Aprenden o refuerzan la idea  de  que  estamos justificando la tortura de un animal por una serie de razones económicas o psicológicas, disfrazadas de valores como valentía o nobleza.  Pero la falacia del valor y la valentía se pone de manifiesto cuando analizamos las coordenadas del enfrentamiento y queda de manifiesto que la lucha es desigual y asimétrica, sino  ¿porque lo picamos y lo llenamos de banderillas? Y en ese caso ¿qué necesidad tenemos de enfrentarnos  a un animal al que sabemos que vamos a ganar?  La falacia del valor nobleza, que se suele aplicar al toro, queda también de manifiesto cuando dicha nobleza consiste únicamente en que  embiste de la forma esperada y no realiza trucos sorpresivos ni demasiado astutos, en cuyo caso se le llama “traicionero” (ya que no se conforma con su previsible muerte y  actúa por sorpresa o inesperadamente)

Para que un niño (y después adulto) acepte el sufrimiento  de un animal,  para qué soporte  la fiesta de los toros u otra en la que se torture animales, hay que legitimar la fiesta,  minimizar el dolor del animal. Lo mismo ocurre con los adultos. Esta justificación legitimación que se produce en la infancia es la que mantenemos cuando somos adultos y, en el caso de las corridas de toros, no es para nada natural. No es natural disfrutar del dolor de los humanos ni  de los animales, ni en los niños ni en los adultos. Se hace aceptable socialmente  tras un proceso de legitimación. Legitimación que una vez conseguida se puede generalizar, aplicar a otros hechos, procedimientos o actos.

La legitimación de la violencia es más frecuente de lo que parece, a pesar de la premisa , tan popularizada como inexacta, de que toda violencia es mala. La legitimación de la violencia y su transformación en espectáculo ha sido es muy frecuente en la historia. Recordemos algunas costumbres, por muy desagradables que nos resulten. Las  escenas de circo romano en los cuales se echaba a los cristianos a las fieras. O los espectáculos de ajusticiamiento de criminales públicamente, que tan bien se describen en el libro El perfume”. Los disidentes de Roma, los cristianos eran arrojados a las fieras, los condenados por un crimen eran ajusticiados en el contexto de un espectáculo público, con su dimensión de  disfrute de sadismo canalizado hacia los condenados, los  delincuentes o disidentes.

En esos  dos espectáculos y en otros muchos, también había unos espectadores que, por supuesto, legitimaban  estas acciones que presenciaban. Quizás, algunos hasta las disfrutaran. Dichas razones eran aceptables para ellos y no lo serian ahora para nosotros.

Para justificar la violencia y más aún, su espectacularización, hay que argumentarla sólidamente.  Encontrar razones que la hagan aceptable.  En el análisis de  cualquier acto de violencia  subyace un guion, que sintetiza las razones utilizadas en la legitimación. En el caso de la fiesta de los toros el guion seria el siguiente: Me enfrento con un ser peligroso, utilizo mi mejor conocimiento y la ayuda de otros, le engaño, aprovechando sus pautas  instintivas  de comportamiento  para después matarle. La argumentación legitimatoria de la parte de la “fiesta” que consiste enfrentarse con un toro que, ya en sí misma, me parece insuficiente. Podría ser aceptable si la lucha fuese en igualdad de condiciones. Pero repito, la lucha es desigual y asimétrica. Así que no  se encuentra un  motivo legitimador, aceptable, muy claro para  realizar ni para  reconocer esa lucha desigual destinada de antemano al fracaso de uno de los contendientes. La legitimación del espectáculo es aún más insuficiente e inaceptable. Si además de ser innecesario y desigual, lo celebramos, lo aplaudimos, disfrutamos, y lo pagamos, el guion previo y sus supuestos valores quedan bastante más devaluados. Pero, desgraciadamente, esos son únicos argumentos legitimadores que aprendemos en la fiesta de los toros. Para niños y adultos, asistir a una corrida implica  un aprendizaje del ejercicio de violencia, una legitimación de la violencia sádica encubierta por  exaltación y  la consideración  heroica de los toreros.

La aceptación de violencia y los umbrales de tolerancia a ella han ido cambiando a lo largo de la historia. No se ha perdido nada sustancial en las sociedades  por ello, ni se ha destruido la cultura de los pueblos. Se ha sustituido por otros actos simbólicos más  acordes con los valores humanos de  empatía con el dolor  de los seres  humanos y animales. Para cuando dejaremos nosotros de  disfrutar  de la  mal llamada  “fiesta” de los toros?

 

De Concepción Fernández Villanueva, Directora del departamento de Psicología Social, Universidad Complutense de Madrid

 

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