Mayo, 2014
Por el Prof. Dr. Vítor José F. Rodrigues,
Miembro del Comité Internacional de CoPPA
Doctor en Psicología por la Facultad de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universidad de Lisboa, Psicoterapeuta, Escritor de diez libros publicados, Conferenciante y Formador en Portugal y en Europa, Coordinador del Grupo de Trabajo sobre Psicoterapia de la European Transpersonal Association, de la que también fue Presidente. Docente de Psicología Educacional, Pedagogía y Psicología del Desarrollo durante diecisiete años.
Extracto en PDF: https://coppaprevencion.org/files/dr_vitor_jose_f_rodrigues_ninos_y_corridas_extracto.pdf
Los niños que asisten a las corridas, sean en vivo (lo que es peor) o por televisión, están siendo testigos de violencia. Esta violencia es públicamente recompensada por los aplausos de la multitud además de que los "héroes" torero se presentan, desde el comienzo, ataviados de una guisa faustosa, exhibiendo esa misma riqueza que desean perpetuar (ya que no olvidemos que las corridas son espectáculos de masas que mueven mucho dinero e intereses). Al niño, por lo tanto, se le lleva a "apreciar" aquello que sus ídolos educativos, los encargados de su educación, les dicen que es bueno: la corrida. Además ven como los toreros exhiben una inmensa dosis de violencia festejada y recompensada de varias maneras en un ambiente festivo. Como si la violencia pudiese ser una cosa hermosa, loable, fuente de alegría. El mensaje implícito y explícito es, desde luego, algo como: "es bueno ser violento, es bueno ser torero, da prestigio, dinero y es merecedor de aplausos". Los niños son muy sensibles a todo lo que les transmita la idea de que, si hacen esto o aquello o tuviesen esta o aquella idea serán apreciados. Sin duda se les está transmitiendo la idea de que si imitasen los modelos adultos de los toreros, con su violencia depredadora, su afirmación sanguinaria de virilidad, su pomposidad exhibicionista, serán apreciados. Esto es enseñar aquello que, en realidad, es totalmente erróneo.
¿Por qué es erróneo enseñar lo que las corridas enseñan? Porque equivale a enseñar que la violencia es buena y que torturar animales para nuestro deleite también es bueno. No olvidemos que, además de los toros, también se les obliga a los caballos a soportar niveles de tensión inmensa, contrarios a su normal espíritu de herbívoros, y de que muchos caballos sufren cogidas. En un mundo en el que la agresión a la naturaleza está en el origen de una evidente amenaza contra la propia supervivencia de la especie humana, ¿querremos enseñar a los niños que hay elementos de la naturaleza, como los toros, que son "bestias malvadas" que pueden y deben ser maltratados? ¿Querremos transmitirles que es bueno ser violento, resucitar nuestros antiguos instintos primitivos del placer con las vísceras expuestas, la sangre, la carne violentada, el olor a carnicería? ¿Prepararlos para que se aproximen un poco a la dirección de la violencia asesina? ¿Estaremos acaso nosotros respetando a los niños y a su necesidad de afecto y protección al llevarlos a tales espectáculos? ¿O a enseñarles lo contrario al amor que, como veremos, es social e indudablemente saludable? Discutiremos todo esto de manera detallada en la sección sobre el aspecto psicológico de las corridas. Por ahora recordemos que aún hoy en día, en los muchos países en los que los niños forman parte de ejércitos (Williams, 2004, habla de 300.000 niños "alistados") es habitual someterlos a situaciones atroces a las que son forzados a asistir (como el asesinato con violencia de sus familiares delante de ellos) como modo de hacerles sentir que no tienen a quien recurrir fuera del ejército y que el mundo que existe es, por naturaleza, violento y despiadado y solo los violentos y despiadados podrán subsistir (op. cit., págs. 195-200). Obviamente, en este caso, los niños no tienen elección: son sometidos a la violencia y sufren sus efectos en su formación precoz. El siguiente problema es que los niños sometidos a las corridas de toros tampoco tienen mucha elección. Queda por saber cuál es el efecto real de estos espectáculos en su formación. ¿No será que, para empezar, están preparándolos para repetir lo que está mal, adaptándolos a una sociedad violenta?
El Impacto Psicológico y Pedagógico Negativo
Revisando literatura (Rodrigues, 2008) podemos demostrar que el amor es socialmente saludable, promueve buenas relaciones así como previene futuros problemas de salud física y mental. Los niños criados en ambientes de amor y cuidado, donde son valorados, se muestran más tarde como más resistentes y más fuertes física y psicológicamente. Lo contrario se muestra en aquellos que son precozmente descuidados y maltratados (y obligarlos a asistir a espectáculos que les hagan sentirse mal puede ser un ejemplo). ¿Cuál es entonces el mensaje subyacente a las corridas? El de que se puede y tal vez se deba ser violento en determinadas circunstancias y que maltratar animales puede ser correcto si nos da placer.
Destaquemos ahora un hecho: los niños que asisten a corridas (e incluso los adultos) no lo hacen sin consecuencias psicológicas y pedagógicas. Consideremos lo que la investigación nos puede indicar al respecto.
En 2000 (ver Declaração Conjunta en la bibliografía de este artículo) emitieron un documento conjunto las siguientes organizaciones: American Academy of Pediatrics, American Academy of Child & Adolescent Psychiatry, American Psychological Association, American Medical Association, American Academy of Family Physicians y American Psychiatric Association. En este documento, de un peso enorme, los firmantes destacaban lo siguiente (basándose en más de 30 años de investigación y más de 1000 estudios):
-Los estudios en su conjunto muestran de modo "aplastante" que existe una relación causal entre la violencia en los medios (televisión, radio, películas, música y juegos interactivos) y el comportamiento agresivo en algunos niños. Por lo general, "ver violencia como entretenimiento" pude conllevar un aumento de actitudes, valores y comportamientos agresivos, especialmente en los niños.
-Los niños que observan mucha violencia tienden a considerarla un medio efectivo para resolver conflictos y a pensar que los actos violentos son aceptables.
-La visualización de violencia puede llevar a una desensibilización emocional en relación a la violencia en la vida real. Esto puede disminuir la probabilidad de que alguien tome la iniciativa para proteger a víctimas de actos violentos.
-La violencia como entretenimiento "alimenta la percepción de que el mundo es un lugar violento y malicioso", aumentando el miedo de los niños a convertirse en víctimas de violencia y, consecuentemente, aumentando su desconfianza ante otros y aumentando los comportamientos de autoprotección.
-Observar violencia puede llevar a la violencia en la vida real. Los niños en edad tierna expuestos a programas violentos tienden, más tarde, a exhibir mayor tendencia al comportamiento agresivo y violento (cuando son comparados con niños no expuestos a los mismos programas).
Cabe destacar que en 2009 la American Academy of Pediatrics publicó nuevas recomendaciones confirmando la declaración emitida en 2000. En estas, se recomienda un cuidadoso filtrado de programas violentos por parte de los responsables educativos para prevenir su impacto social y educativo maligno entre los niños y adolescentes. Los efectos específicos de la exposición a la violencia en programas televisivos han sido investigados desde los años sesenta con resultados plenamente coherentes con los datos constatados en el informe anteriormente citado. La Fundación Henry Kaiser, en el sitio web "Key Facts" (2003), presenta un artículo de revisión sobre este área pero documentando una vez más la observación de que, según estudios en laboratorios y en ambientes naturales, la violencia televisiva aumenta los posteriores comportamientos agresivos de los niños (sean estos en términos verbales o físicos) del mismo modo que la exposición a programas que enfaticen más la cooperación y el afecto aumentan la probabilidad de comportamientos pro-sociales. Ese mismo artículo hace referencia a un gran meta-análisis, incidiendo en 217 investigaciones sobre los efectos de la violencia televisiva entre 1957 y 1990, concluyendo que "el visionado de violencia televisiva estaba significativamente ligado al comportamiento agresivo y anti-social, sobre todo entre los espectadores más jóvenes". Sin embargo, y según este mismo artículo, vale la pena tener en consideración dos estudios longitudinales: uno de ellos desarrollado durante 17 años y con707 familias, conducido por Jeffrey Johnson et al. (2002) que concluye que los adolescentes que habían visionado más de una hora de televisión al día, de media, evidenciaban posteriormente, siendo adultos, una probabilidad casi cuatro veces mayor de exhibir comportamientos agresivos (22% contra 6%); el otro, conducido por L. Rowell Huesmann et al. (1984) durante 20 años, habiendo comenzado con una muestra de 875 niños en los años sesenta (cuando la violencia en TV era un bien menor), concluye que el visionado de violencia televisiva era un predictor significativo de agresión en edad adulta - e incluso de comportamientos criminales, independientemente del cociente intelectual, estatus social o estilo parental. Los niños que habían visto programas violentos a los 8 años de edad eran de media más agresivos en la adolescencia y en edad adulta presentaban más casos de prisión y condena por violencia familiar, asesinato o asalto. En un estudio posterior, Huesmann et al. (2003) confirman las mismas conclusiones.
Para Aidman (1997), las investigaciones en ciencias sociales en los últimos 40 años confirman y prueban que ver contenidos televisivos violentos tiene consecuencias negativas para los niños, destacando: la motivación para aprender comportamientos y actitudes agresivas; el desarrollo de actitudes amedrentadas o pesimistas en relación con el mundo exterior; la desensibilización de los niños con respecto a la violencia en el mundo o a las fantasías sobre la violencia (que pasan a ser consideradas normales). El problema del aprendizaje de la violencia se agrava cuando sus perpetradores son vistos como atractivos, recompensados por la violencia, cuando ésta es especialmente gráfica, se emplean armas... La autora recomienda a los padres que motiven y ayuden a sus niños a tener una distancia crítica ante la violencia que observen - exactamente lo contrario a lo que hacen los apologetas de las corridas, siendo los toreros los que son representados como atractivos, exhiben una violencia altamente gráfica, usan armas contra el toro y son visiblemente recompensados.
Un artículo reciente de Huesmann y Taylor (2006) considera, tras una revisión de la literatura, que la violencia televisiva debe ser incluida en la categoría de amenazas conocidas para la salud pública. Esta conclusión se basa en el hecho de que la violencia ficcional en la televisión y en las películas contribuye a un aumento, a corto y largo plazo, de los comportamientos agresivos y violentos. Inclusive, las noticias de la televisión que presentan violencia también aumentan la violencia imitativa. Para Huesmann y Taylor (op. cit.), la violencia en los medios no solamente aumenta los comportamientos agresivos a corto plazo en los más jóvenes, sino que también aumenta, prolongada en el tiempo, la adquisición de actitudes, creencias, cogniciones sociales, favorables a la exhibición de comportamientos agresivos y violentos más tarde. En ese mismo sentido va un artículo de Hassan et al. (2009) verificando que la exposición a la violencia presentada en películas produjo, en adolescentes, un aumento en las actitudes favorables a ésta, considerándola tendencialmente desde aceptable hasta deseable, sobre todo cuando son ellos mismos los que optan por ver un gran número de películas violentas. La consecuencia es una probable facilitación de la conversión de sentimientos agresivos en comportamiento violento. Obviamente, observar violencia no es la única causa de exhibición de la misma pero el número de estudios que incluyen esa observación entre los factores favorables es enorme.
Aunque la naturaleza específica de los contenidos mediáticos envueltos influencie obviamente los efectos, es evidente que, en general, la violencia mediática tiene efectos profundamente anti-sociales en los niños y jóvenes. ¿Se confirma todo esto en la exposición a la violencia de las corridas de toros? Veamos.
Los niños y los jóvenes, para no hablar de adultos, que asisten en vivo a las corridas están siendo expuestos a violencia real, que está ocurriendo a algunos metros de distancia. ¿Qué sabemos en general acerca de las situaciones de exposición en vivo? Que pueden ser aún más generadoras de violencia que las presentadas a través de los mass media. Huesmann (2011) investigó el efecto de la exposición directa en la vida real a la violencia en niños israelís y palestinos. Verificó que la exposición directa, por observación, a escenas o acontecimientos violentos aumenta enormemente la probabilidad de que los observadores muestren comportamientos agresivos posteriores, incluso en relación a amigos o colegas. Según él, "sabemos que todo comportamiento social está orientado por guiones codificados (programas para el comportamiento) que todos adquirimos al crecer. Cuando se les confronta con un problema social, los jóvenes comienzan a realizar atribuciones sobre lo que les está ocurriendo en esa situación y posteriormente recuperan en sus mentes aquellos guiones sociales que son más fácilmente recordados y parezcan más relevantes" (pg 6). En otras palabras, para él, la violencia es contagiosa. Existen incluso mecanismos neurológicos que ayudan a comprender en qué modo la violencia observada produce violencia en nosotros: en el "priming" ocurre que observar violencia produce una excitación neuronal que a su vez nos lleva a activar representaciones y memorias relacionadas; en la imitación ocurre que los seres humanos tienen una tendencia natural, heredada en sus mecanismos cerebrales, para imitar lo que ven; en la transferencia de excitación se verifica que si ya hemos observado antes escenas violentas, la excitación neuronal relacionad con ellas y activada por ellas nos lleva más fácilmente a exhibir respuestas de comportamiento violentas. Huesmann hace referencia a estos hechos, coincidiendo con una investigación reciente en la que investigadores de la Universidad de Columbia (2007), recurriendo a resonancias magnéticas funcionales, demostraron que ver programas violentos podía llevar a las áreas cerebrales que inhiben la agresividad a disminuir su función. Esto, a su vez, coincide con el hecho, igualmente constatado, de que las personas con tendencia superior a la media para actos agresivos presentan menor actividad en las mismas áreas. Estos cambios no ocurren cuando los mismos u otros sujetos observan películas en las que la acción es equivalente en intensidad escénica pero no existen escenas violentas.
Incluso los autores que cuestionan la relación entre violencia televisiva o, en general, en los medios y el aumento de la criminalidad violenta (Savage, 2003) admiten que existe alguna prueba en ese sentido y que la investigación que asocia agresividad aumentada y violencia en los medios es aplastante. ¿Será la asociación entre asistir en vivo a escenas violentas y el aumento de la agresividad aún mayor? Algunas investigaciones ayudan a encontrar una respuesta y, como vemos, lo arriba indicado va en ese sentido. En una revisión de literatura muy reciente, Kirkpatrick (2012) presenta datos de investigación y toda una argumentación en el sentido de la importancia del contagio social de la violencia concretamente en áreas urbanas (donde ésta se propaga como las enfermedades) donde la exposición en vivo a actos violentos genera mayor violencia. A su vez, destaca la importancia de la violencia perpetrada por instituciones contra sus ciudadanos como una importante fuente de violencia y destaca que los crímenes violentos son más frecuentes en comunidades pobres, segregadas, minoritarias. Un dato importante mencionado por la autora indica que la probabilidad de que se cometan crímenes violentos es un 74% mayor en jóvenes que fueran objeto de ella en casa o en su vecindario. Nos interesa aquí un aspecto destacado por Kirkpatrick: según la Teoría de las Subculturas de Marvin Wolfgang, una subcultura es "un sistema normativo de algún grupo o grupos más pequeños que la sociedad extendida". Ocurre que existen subculturas especialmente favorables a la violencia pues sus valores y definiciones le son favorables. No podemos dejar de recalcar aquí el hecho de que la subcultura de las personas que practican y promueven las corridas suelen pensar en las habilidades de los toreros y en su valentía para enfrentarse físicamente a los adversarios, provocarlos y vencerlos como algo que es valioso y es sinónimo de masculinidad. Lo mismo ocurre, en diferentes formas, en los mass media en forma de películas en las que la violencia es glorificada y solucionar problemas por esa vía surge como una buena idea. Cabe destacar que, de acuerdo con los autores Fagan, Wilinson y Davies (2007), uno de los mecanismos de contagio social de la violencia es la construcción de una identidad social que la favorezca y la constatación de que, en los grupos que la promueven, los no violentos son marginalizados. La cultura de las corridas de toros presenta, obviamente, al torero como una figura idealizada, una especie de héroe cuya violencia se ve supuestamente legitimada por ser ejercida contra un animal de gran tamaño. A su vez, parece evidente que la misma cultura enaltece a las personas con facilidad para el enfrentamiento (desgraciadamente tenemos un ejemplo reciente de esto en el que el torero Marcelo Mendes envistió dos veces, a caballo, contra un grupo de personas que, en un principio, estaban sentadas en el suelo protestando (hecho filmado y presentado en el "Ribeirinhas TV", el 4 de septiembre de 2012)). Al llevar a un niño a ver una corrida o al consentir que la vea en casa, un típico responsable educativo estará implícitamente concediéndole un sello de aprobación.
¿Qué decir sobre la investigación directa acerca de las corridas? Grana et al. (2004) investigaron los efectos de su visionado recurriendo a un grupo equilibrado de 240 niñas y niños de entre 8 y 12 años de edad. Algunos de los resultados merecen especial consideración: el 56,3% de las niñas y niños que solían asistir a las corridas revelaron indiferencia al presenciarlas mientras que solo el 35,1% de las niñas y niños que nunca habían asistido en vivo revelaron el mismo sentimiento. Noten que esto está en sintonía con la constatación, muchas veces repetida, de que asistir a actos de violencia va haciendo que los niños sean indiferentes a la misma, haciendo que tiendan a considerarla normal y legítima. Las niñas y niños que vieron vídeos de corridas con "explicaciones festivas o agresivas" exhibirán después una mayor puntuación en las evaluaciones de agresividad siendo estos efectos más fuertes en los niños. Esa misma película fue exhibida sin justificaciones agresivas o festivas siendo su influencia, en el sentido de la agresividad mostrada, mayor cuando la película iba acompañada de justificaciones favorables. Por otro lado, ver el vídeo con la corrida justificada "festivamente" fue la única situación en la que las niñas y niños en general revelaban mayor ansiedad (¿tal vez por la incongruencia de presentar un ritual de muerte como una fiesta?). A su vez, la mayoría consideró que las niñas y niños podían asistir a las corridas aunque un poco menos de la mitad les atribuyese un efecto negativo y la mayoría revelase que no les gustaba asistir a las mismas. También se observó una tendencia hacia el impacto negativo de las corridas (ansiedad y agresividad) que era mayor en las niñas y niños máspequeños y cuando eran justificadas "festivamente". Generalmente, los efectos era más pronunciados en los niños que en las niñas -los autores atribuyen su mayor facilidad dado el sexo al identificarse en las escenas observadas con las figuras de los toreros. Los autores destacan que este estudio indica que la interpretación de las escenas de violencia observadas desempeña un papel relevante en las consecuencias que podrían tener en el comportamiento futuro de los niños.
¿Y el lado educativo?
Lequesne (2011) destaca los inconvenientes educativos y psicológicos de las corridas. Para él, el espectáculo de la corrida a la que se lleva un niño puede ser traumático pero también puede confrontar a un niño con todo el dilema interpuesto por el modo en que los adultos "suavizan" un espectáculo de sangre y dolor como legítimo y apreciable o, como afirma, contra la natural empatía de un niño ante el animal que puede y debe ser torturado en nombre del arte y de la tradición. El mensaje aprendido por el niño le dice que, en ciertas circunstancias, siendo en pro del arte y de la tradición, se puede y tal vez deba tortura seres vivos. Mientras, como demuestran las investigaciones sobre las neuronas-espejo, es natural y tal vez inevitable que muchos niños sientan una reacción física e instintiva al ver como hieren ostentosamente a un animal, como es natural que sientan miedo. El autor traza incluso un paralelo entre las corridas de toros y cierta "moda" reciente en el que los adolescentes violentan a una víctima con ayuda de cómplices, filmándola y transmitiendo la imagen como algo divertido y justificado. De hecho, una de las "justificaciones" de las corridas es que pueden ser un espectáculo divertido -transmitiendo implícitamente al niño la idea de que torturar y matar a un animal puede ser aceptable y divertido. Añade que los niños que asisten a la corridas, sean éstas en vivo o en espectáculos televisivos, aprenden cosas interesantes como la terminología que hablan en términos de "castigar" al toro con banderillas (siendo muchos los que afirman que no infligen dolor al toro, lo que es simplemente mentira). Como destaca Duqesne, el "castigo" con banderillas muestra al niño que algunos castigos arbitrarios e inhumanos contra inocentes pueden ser justificados si son divertidos, espectaculares o resaltan la osadía y coraje de los perpetradores de la violencia. En este sentido, las corridas enseñan lo contrario de la compasión e incluso de la decencia humana... No admira que términos como "matador" surjan glorificados.
En un interesante estudio, Paniagua (2008) destaca el modo en el que las corridas proporcionan a la multitud una satisfacción para sus pulsiones sádicas inconscientes. El autor destaca que en las corridas del pasado muchas veces, la multitud, intentaba furiosamente herir al toro a golpes de espada o levantar partes del animal como señal de triunfo y también era frecuente organizar combates entre toros y otros animales, como perros. También, en tiempos, se usaron banderillas en fuego. Para él, el público proyectaba en el torero miedos y deseos, tanto verlo sufrir como verlo salvarse, tanto como querer la muerte del toro como sentir lástima del animal. El superego de la moralidad se enfrenta al DNI de la bestialidad instintiva. Recordemos, en este respeto, el modo en el que Nell (2006) atribuye el gozo por los espectáculos de violencia a antiguos instintos depredadores. Además, hay algo de combate simbólico entre el torero representando a David y el toro, un Goliat vencido por la astucia del torero y las armas adecuadas. Desde el punto de vista psicoanalítico, la corrida incluso podría representar un conflicto edípico, el toro surgiendo como figuración del rival paterno a vencer para obtener el amor de la madre. En ese sentido, el riesgo de castración que corren los toreros correspondería al miedo a la castración por parte del padre que algunos niños tendrían en el contexto del complejo de Edipo. Como resalta el autor, el espectáculo de la tauromaquia es racionalizado con justificaciones como la ilusión de que el torero esté en realidad defendiéndose de una bestia salvaje peligrosa. Proyectar los miedos y la sensación de peligro en el exterior pueden ser también modos de evitar enfrentarse a los propios miedos, del mismo modo que al público en general le suele gustar asistir secretamente a dramas en los que el mal le ocurra a otros. Si hay algo en lo que destacan los comentarios sobre la tauromaquia es en la negación de que esté pasando algo bárbaro y cruel como en las racionalizaciones y proyecciones infantiles que le atribuyen al toro intenciones, cualidades humanas. Eso contribuye a que, en las corridas, se pueda "dar luz verde al sadismo reprimido" (op. cit., pág. 150). En este sentido, "castigar" al toro, conceptualizado como una "bestia malvada", puede ayudar al público a considerar justificado el mal que se le hace, identificándose con los toreros vengadores -siendo que, a nivel inconsciente, el toro esté representando los impulsos insaciables del espectador que deben ser punidos y reprimidos (sean estos sexuales o agresivos - no será tal vez que haya una aureola de sensualidad casi estúpida en las poses toreras que a su vez parecen corresponder a un modo ritualizado de exprimir el impulso sexual). No será tal vez que el público oscila a veces en sus identificaciones, deseando a veces que el toro venza (en caso de que el torero represente, especulando, las pulsiones reprimidas). Siguiendo en la perspectiva psicoanalítica, el torero exhibe muchas veces un gozo narcisista y autocentrado en ser visto, aplaudido, en lo que también puede ser objeto de las proyecciones de la multitud que desearía estar en su lugar.
No nos vamos a alargar en posibles interpretaciones psicoanalistas de las corridas de toros. Eso sí, queremos resaltar que exponer a los niños a las corridas es exponerlas a la violencia, justificada de modo pleno con racionalizaciones que tal vez escondan impulsos primarios mal concienciados; es confrontarlos con el conflicto entre "alinearse" con los adultos y sus racionalizaciones, negando su miedo y su repulsa por la crueldad para con los animales o reconocer estos aspectos como legítimos; es hacerlos participar, con escasa elección, en un mundo donde la violencia contra un ser vivo inocente es glorificada y justificada como una ocasión de fiesta y alegría; es someterlo a una situación donde aprende que ser violento puede ser muy bueno y compensador, que ser violento como un torero puede ser una excelente manera de obtener riqueza, fama y el afecto de muchos; que es legítimo torturar y/o matar animales por placer; que ejercer instintos depredadores, dándoles curso destripando animales, puede ser algo loable; o que la afirmación masculina puede tener, como uno de los exponentes máximos, la del torero engalanado que se complace y exhibe como matador, torturador de animales que, al hacerlo, obtiene la admiración y el deseo de las hembras humanas. El propio torero constituye un modelo altamente cuestionable al colocar su vida en riesgo en un contexto de crueldad gratuita, como si eso fuese también loable, y tener poco aprecio por la vida humana valiese de algo. Además, la exposición de los niños a escenas de violencia, en vivo o a través de los medios de comunicación, puede incluso contribuir a hacerles bajar el nivel intelectual y de habilidad para la lectura (Delaney-Black et al., 2002) además de todos los inconvenientes para su formación ética y emocional que fuimos describiendo a lo largo del presente artículo. Llevarlos a las corridas o incluso dejarlos asistir a ellas constituye de algún modo, en nuestro entender, un acto de irresponsabilidad educativa e incluso un acto de abuso y falta de respeto a la protección de sus derechos a ser protegidos ante todo lo que amenace su desarrollo saludable e íntegro. Como afirma Richier (2008), la existencia de corridas presenta dos cuestiones importantes: la de la protección de los animales y a de la protección de la infancia. Para él, muchos testimonios de adultos traumatizados por haber sido obligados a asistir a corridas siendo niños, presentan, una vez más, la cuestión de legitimidad en obligar a los menores a asistir a tales espectáculos (y, en ciertos casos, incluso a participar en los mismos). No podemos sino alzar nuestra voz al coro de aquellos que apelan en este sentido, por la formación de seres humanos más lúcidos, conscientes, sensibles y sociables. Se les debe ahorrar a los niños la violencia y la de las corridas es un horrendo ejemplo no solo por ser una exhibición de violencia gratuita y altamente gráfica sino por comportar elementos de celebración y glorificación de ésta, con inconvenientes psicológicos y pedagógicos innegables.
Prof. Dr. Vítor José F. Rodrigues